¿Escuchasteis al señor Ibarretxe en el pleno de política general en el Parlamento Vasco? ¿Atisbasteis cierto resto de raciocinio en sus vocablos? ¿Cierta clarividencia, cierto pose intelectual, alguna idea que pudiera rescatarse? ¿Generó algún tipo de confianza, algún tipo de afinidad al que pudiéramos agarrarnos, en última instancia, ahora que tres legislaturas insoportables pasarán de la papelera de reciclaje al basurero? ¿Puede el señor Ibarretxe ser el lehendakari de, no ya todos los ciudadanos vascos a los que mayoritariamente desprecia, sino al menos de un puñado de vascos cercanos a la mayoría? ¿O ni siquiera eso pues muchos ex votantes suyos lo consideran más una especie de mesías chistoso que un político responsable? ¿Fue este señor muestra del conflicto político que dice subsistir en Euskadi o, más bien, muestra evidente de una paranoia que comienza incluso a dar cierto miedo y con ciertos rasgos más clínicos que políticos?
El lehendakari Ibarretxe (cuesta cada día más unir estas dos palabras, ciertamente) habló no sé que de unas alambradas que el Estado que él representa y del que formamos parte quisiera levantar entre dos supuestos territorios que él debe atisbar más allá del túnel, divisibles por arte de magia y por el bien común, nos cuenta. Alambradas las suyas, evidentemente. Las suyas y las de la ideología que representa, ese nacionalismo reaccionario que padecemos, amigo de las señas identitarias como garantes de los derechos individuales, semilla de discordias, fronteras y guerras fraticidas. Él y su nacionalismo y su isla como proyecto alcanzable algún día, tapiada y divergente con el resto de los mortales, nunca mejor dicho. Alambradas que separen familias, cuadrillas y amigos, artificial y gratuitamente.
El PNV lo ha elegido, dicen, como si elección fuera decidir algo carente de alternativa, como si no fuera un mal menor, como si hubieran podido presentarnos otra cosa. Para elegir un candidato más radical o independentista, tendrían que haberlo buscado en las filas de la izquierda abertzale, directamente. Elegir uno más moderado (hay cientos pero están a resguardo, tirándose de los pelos, supongo, y esperando que pase la tormenta) supondría asumir el fracaso de diez años y darnos la razón a unos cuantos, inclusive a Imaz, ese mal ejemplo que clamó en el desierto. Y elegir otro como él pero distinto es literalmente imposible: los vascos somos raros, pero no tanto.
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