Llevo desde el viernes noche escuchando y leyendo todo tipo de improperios contra los controladores aéreos: vagos, sinvergüenzas, privilegiados, caraduras... y delincuentes (parecido lo que a los políticos se nos llama). Llevo cuatro días asistiendo avergonzado a la escalada de indignación popular y levantisca que clama al cielo contra las injusticias que nos asolan desde la huelga salvaje iniciada por los controladores, al desánimo, al drama vacacional... y a la propaganda gubernamental. Voy a ser claro, para que vean que esta vez también escribo lo que pienso: al Gobierno de España la jugada le ha salido redonda. Por un lado, pone en jaque a un colectivo molesto y, por otro lado, se da un baño de aclamación popular al anunciar que cortará cabezas, que es lo que la gente de a pie espera y pide impaciente. El último desvarío al que pude asistir fue ayer mismo, haciendo zapping: Belén Esteban y toda su tropa, con Paz Padilla como maestra de ceremonias y crecida por el nivelón intelectual de los asistentes, pedían su cabeza, su despido, su lapidación pública, su rescisión unilateral de todos los contratos para que paguen la tamaña injusticia acometida contra el derecho al descanso de los españoles de toda la vida. A la calle, a la intemperie, al paro sin derecho a la prestación por desempleo, sin indemnización y sin derecho a vivir nunca más bajo techo. Y claro: vagos, sinvergüenzas, privilegiados, caraduras... y delincuentes. A diferencia de nosotros, que nos jugamos la vida prestando el imprescindible servicio público de la telebasura. Y sin datos, sin argumentos, sin análisis riguroso, sin información veraz, sin contraponer ideas u opiniones. Qué asco, la verdad. Y qué pena que toda esa chusma no haya ni siqiuera leido el Decreto de las narices, ni interesado al menos por leerse las condiciones laborales de los controladores, ni haberse sentado a pensar qué extraño que el Gobierno haya aprobado el Decreto precisamente el día en que comienza el puente más largo del año o qué extraño que hayamos asistido al aplauso más prolongado del pueblo, levantado en armas, a la drástica respuesta del Gobierno y su estado de alarma. Es triste, porque, más allá de que la actitud de los controladores haya sido salvaje y haya provocado dramas personales, el país ha vuelto a dar la imagen que a un servidor menos le gusta, explicada perfectamente por la intelectual Paz Padilla: quien más quien menos ha sido afectado por una cancelación de vuelo... o ha visto que un familiar ha sido afectado. Está confirmado: aquí nadie mueve un dedo ni se indigna salvo que le toquen a uno y a su familia los placeres de los que disfruta.
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