A las 12.20 horas del martes día 8 de Agosto de 2000, un coche bomba hacía explosión a la entrada de la empresa Korta, en el polígono Gorostiaga de Gipuzkoa, segando la vida de Jose María Korta, presidente de la patronal guipuzcoana Adegi. El cuerpo del presidente de Adegi quedaba aprisionado entre los hierros de su vehículo y cinco trabajadores de la compañía de Korta le extrajeron del coche tras la explosión. Varios facultativos intentaron reanimarlo durante 25 minutos, pero éste falleció 25 minutos más tarde. José María Korta, de 52 años, casado y con tres hijos, murió a las puertas de su empresa Korta, dedicada a la tecnología de gran precisión.
El empresario, de ideas nacionalistas, se negaba a pagar el chantaje terrorista. Los terroristas eligían un objetivo que personificaba a toda la clase empresarial vasca (el terrorismo como propaganda, como forma de extender el miedo), como modo de presión para que los más dudosos cedieran y entregaran el dinero que se les pedía.
No era la primera vez que la patronal guipuzcoana aparecía en el siniestro punto de mira de ETA. El 19 de junio de 1996 la organización terrorista intentó acabar con la vida del secretario general de Adegi, José María Ruiz Urchegui, pero la bomba lapa que colocó en los bajos de su vehículo provocó graves heridas a su sobrino, Santiago Lezeta, quien perdió las dos piernas como consecuencia de la explosión.
José María Korta, al igual que los presidentes del resto de organizaciones empresariales vascas, se había destacado por su defensa de la firmeza ante la extorsión de ETA a los industriales. Tres semanas atrás, Korta había enviado una circular a las empresas asociadas a Adegi para reclamar a los empresarios que no cedieran ante las habituales oleadas de peticiones del denominado impuesto revolucionario. Detractor del «impuesto revolucionario» por sus nefastas implicaciones en el desarrollo económico, defensor del encuentro entre los partidos y simpatizante abertzale, había sufrido ya -como muchos empresarios en Euskadi- la amenaza de la organización terrorista, ante lo que había expresado, con contundencia, su voluntad de resistir: «Me da lo mismo que atenten contra mi vida profesional o personal».
En la misma línea, Korta, tras el frustado atentado contra el hostelero Juan Rubio Beloki en Ordizia, el 13 de julio de 2000, había asegurado: «Tengo la intención de continuar al frente de nuestras empresas, invirtiendo aquí y generando nuevos proyectos que garanticen el futuro».
En fin, tenga mi recuerdo este empresario vasco que, al margen de que creara o no creara riqueza o puestos de trabajo, quiso ser libre.
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